Desde que con la hominización los humanos
desarrollaron la conciencia de sí mismos y la capacidad de
preguntarse por el origen de cuanto le rodea, muchos han sido
los tipos
de respuestas que ha dado a sus interrogantes. Los
mitos son el primero de ellos.
Varios siglos antes de la Era Cristiana, los mitos
constituyeron las primeras grandes producciones escritas que
recogían milenarias tradiciones sobre el origen del mundo,
del hombre y de las civilizaciones. Mesopotámicos,
hebreos y griegos, además de otros pueblos orientales,
explicaban a través de sus religiones cómo los dioses crearon o
pusieron orden en el universo. Por tanto, preguntas sobre el
sentido de la existencia humana (destino y libertad) o de la
moral (la fortuna, la justicia), eran contestadas en las
epopeyas de
Homero.
Los filósofos más racionalistas suelen presentar el
mito como un concepto prelógico e irracional, superado por la filosofía. Sin embargo, el mismo Platón afirmó que el
conocimiento lógico, acaso por su carácter abstracto, tiende a desaparecer de
la memoria tras un tiempo, en cambio el mito perdura como
relato con contenido
filosófico.
Para Platón, el mito es más que un relato
fantástico, es una imitación del modelo ideal original, que sirve de modelo de la
realidad sensible. Ya en la filosofía moderna, Nietzsche identifica en
el mito la expresividad dionisíaca (de las pasiones, los sentimientos, la
irracionalidad), reprimida por la racionalidad filosófica.
El filósofo propone,
entonces, una revalorización de las metáforas, de las alegorías.
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